domingo, 9 de agosto de 2020

Al pan, pan, y al vino, vino

 

Al pan, pan, y al vino, vino

La tentadora “herramienta”, tan palermitana, de crear nombres esnobs para aumentar ventas y justificar sobreprecios.

Se me ocurrió escribir este breve artículo para aclarar mi posición sobre ciertos temas en este mundo del vino, donde lo único verdaderamente legítimo y noble es el mismo vino.  

Ayer veía como dos de mis colegas, amigos además, discutían en el tema de si los “vinos naranja” argentinos están bien logrados o no. Cada uno, de un lado de la grieta, como corresponde en este país.

No es noticia decir que los vinos naranjas no existen, son vinos blancos elaborados en contacto prolongado con su hollejo o piel. Pero como estos, hoy, se destacan de la normalidad, los vendedores del vino aprovechan para crear un segmento y así llamar la atención. Esto creo, no es bueno para la cultura del vino, ya que hace que los productores, se vean tentado en hacer algo forzado y no tomado como un recurso, una técnica, complemento, para mejorar sus vinos.

Por ejemplo, el torrontés, de los 70, como el Don David de esas décadas y así fue hasta los noventa, se vinificaba como un vino “naranja” pero porque para ellos era así como lograban el mejor torrontés, y no iba a un sector especial de la carta, era un blanco, quizás el mejor de esos años, pero era lo que es, vino blanco.

Y es así como aparecen los “naranjas paracaidistas”, ya en un apartado de las cartas, el consumidor esnob feliz, yo lo veo como una amenaza a la noble cultura del vino.

Más elitismo, más esnobismo, menos cultura.

Por un camino similar, desde mucho antes, siglo 20, están los “Vinos Naturales”.

SI bien, son una alternativa más noble, en el sentido estricto que no hay mucho lugar para la mentira de lo que se ofrece, si es natural, será natural. Ok. ¿Y?

Lo que pienso, siempre pensé lo mismo, en este largo recorrido como consumidor, tratando de ser inteligente y no permeable a tendencias de marketing vacío, aclaro que para mí el mkt es una herramienta muy valiosa de comunicación y venta, pero es un arma peligrosa si la usa un empresario sin ética. Pienso que lo importante primero es hacer un buen vino,  utilizando todos los recursos disponibles posibles de la mano del bodeguero, y una vez logrado ese vino, se ve cuanto puede llegar a pagar el consumidor por él, o en que segmentos de precios compite.  Y no como es muy común hoy, a partir de lo que busca el consumidor, diseñarle el vino, ya que este último camino es forzado, y a la naturaleza, no se la puede forzar, ya que de hacerlo, se nota.

Hoy nos encontramos con bodegueros que buscan ser cada vez más naturales en todas sus etapas, desde la uva hasta la botella, pero porque saben que el mundo va en ese camino, ya que no habrá muchas más alternativas. Pero algunos ven esto como una oportunidad de comunicarlo para diferenciarse del resto, y a otros, como ya están establecidos, tienen temor a explicárselo a sus consumidores por miedo a que los abandonen.

Repito, insisto, está buenísimo que el vino sea cada vez más natural, en todas sus etapas, cultivo, cosecha, vinificación, embotellado y etiquetado. Pero sospecho si me lo ofrecen por natural y no por bueno. Era como hace 15 o 20 años atrás, las etiquetas desbordaban de los premios que podian merecer o negociar cada bodega con sus vinos, y te lo ofrecian de esa manera, “este vino obtuvo la medalla de...” incomprobable e insignificante. El consumidor inteligente gano. Hoy los vinos naturales tienen su mercado, pero es una elite, y hay mucho aroma esnob sumado. Un combo peligroso.

Reconozco que es recurso para diferenciarse de un mercado muchas veces monopólico, asfixiante para el pequeño productor o bodeguero, pero es un arma de doble filo, y el consumidor debe saber manejarla.

En Champagne, Francia, el mercado de clásicos en enorme, con más de 100 etiquetas clásicas muy establecidas, y al productor alternativo, no le queda otra que ir por la vitivinicultura orgánica y artesanal al extremo, pero por suerte no abusa de ese marketing, lo emplea con ética y discreción, como una garantía para el consumidor, no como su única virtud.

Es todo. Simplemente necesitaba decirlo, no le tengamos miedo a lo masivo, a lo industrial, ni endiosemos lo artesanal, ni las partidas limitadas. Consumamos inteligentemente, investigando por nuestra cuenta, escuchemos a los bodegueros, pero sepamos decodificar lo que nos dicen, están en su ley en tratar de vendernos todo, pero no nos bebamos todo el verso.

Brindo por los buenos vinos, a precios competitivos. Si luego son de un color u otro, lo importante es que estén elaborados con los mejores recursos disponibles, y si son ¿naturales o biodinámicos? Pues bienvenido sea. Pero que no sea un argumento de venta, o la única virtud, pues eso sería un engaño.

Sebastián Bossi

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